Con un brazo envuelto alrededor de su pecho, observaba
sin aliento, mientras la dorada gota de salsa de mantequilla al ajo se
deslizaba por la curva levemente rosada del camarón, estirándose, y
luego cayendo en la lengua ansiosa de Bryan.
Se estiró hacia arriba, tratando de al alcanzar con desesperación el
camarón, para darle un mordisco mientras yo lo sostenía con un tenedor a
unos centímetros de distancia.
—¡Eres un maldito provocador, Anthony! —Gruñó Bryan.
Bryan y yo fuimos invitados a Nueva York por un fin de
semana para hacer una aparición en una gran fiesta del canal, para
celebrar nuestra serie, El Camarón Consentido. Nos pusimos nuestros
esmóquines y bebimos champaña con chefs famosos y algunos de los dueños
de restaurantes más reconocidos. Incluso me crucé con Rosie de nuevo,
que resultó ser la inesperada ganadora de la tercera temporada de Guerra
de Comida por la Fama. Su show estaba programado para que comenzara en
tres meses, como parte de una programación de primavera.
En el evento vimos escenas del show, cuidadosamente elegidas por los
productores para que no revelaran ningún detalle de la historia. Escuché
comentarios de lo mucho que la cámara me adoraba, pero pensaba que
Bryan se robaba el show. La cámara, incluso, se acercaba lentamente a su
rostro cuando sonreía.
No vimos un episodio completo del programa, hasta que regresamos a casa y
nos preparamos para ver el debut en la TV de cable, como el resto del
país. Ambos decidimos organizar una pequeña fiesta en nuestro
departamento para celebrar, e invitamos a seis amigos elegidos para que
se nos unieran.
Miranda fue una elección obvia. Le pregunté si había un hombre que
quisiera traer con ella, y me dijo: —No, Anthony, esta vez iré sola. No
le pediré a mi manada de amigas que te caiga encima. Mientras hagas esos
entremeses, allí estaré.
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