La profunda voz del extraño ondeaba sobre la carne de Max
Myers. – Gracias. –Usando su palma de la mano como visera contra el sol
brillante de la tarde, entrecerró los ojos cuando el hombre se acercó.
Zapatillas y calcetines dieron un paso más cerca de donde estaba sentado en su
porche. Su mirada ascendiendo. El pelo rizado oscuro se arremolinó sobre las
esculpidas pantorrillas. El hombre tenía las piernas de un ciclista. Duras,
curtidas y largas como el infierno.
Pantalones cortos de baloncesto cabalgaban bajos en sus
estrechas caderas. Una delgada franja de pelo dividía sus brillantes
abdominales por debajo de la cintura. Dos músculos definidos marcaban su
pelvis. La mirada de Max siguió la cresta y miró el montículo suave de la ingle
del tipo. Saliva se acumuló en la boca de Max. El hombre era caliente.
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